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El viejo arroyo
al borde del camino,
es ahora barro.
Pasan los pájaros,
y sólo se detienen
los carroñeros.
Hedores fuertes,
basuras y cemento.
No quedan flores.
Senda empinada.
Con ella, muros, techos,
nuevas familias…
Sube la gente
con sus llantos y risas.
Crece la urbe.
Por la ventana
se asoman cuatro niños,
brillan sus rostros.
Tras una reja,
la niña en el balcón
contempla el mundo.
El callejón.
Ronroneo de carros
de madrugada.
Bajo la puerta,
el viento pasa aullando
en cada mayo.
Truenan portazos.
El viento repentino
anuncia lluvia.
Llanto de niños.
El viento arrancó el techo.
Ahora se mojan.
Hojas de bambú
sobre el asfalto negro.
Melena de agua.
Sobre otras ruinas
a la orilla del río,
casas de cartón.
Vieja en harapos.
Al beber del desagüe
arruga el rostro.
Dice piropos
y lamentos amargos,
joven borracho.
El metro lleno.
Se enjuga frente el vidrio
los ojos húmedos.
De noche pasa
con sus hijos hambrientos.
No nos bendice.
Sólo de un año
con una simple gripe
murió su niña.
Toque de queda…
Apagón y patrullas…
Gritos de madres.
La luz del alba.
Con olor a café
despierta el barrio.
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